Ese es el nombre de un bambuco compuesto por el maestro Rafael Antonio Aponte Carvajal, con el que obtuvo el máximo galardón en el 1er Concurso Nacional del Bambuco Carlos Alirio Ortega que se realizó durante seis años consecutivos en la bellísima Suratá.
Llegábamos a la población, qué clima tan delicioso, la inigualable hospitalidad de Rafael, de Iván, de los surateños, y nosotros, que llevábamos una delegación inigualable: cuatro músicos, Jairo, Darío, Gonzalo (+) y quien escribe…y veinte patos: esposas, hijos, amigos. Nos consiguieron una casa para nosotros, y nos la entregaron lista, limpia y el único objeto que había además de las paredes, era la piedra de trancar la puerta. Claro, al ratico nos entregaron colchonetas y listo: camas francas, organización, baño mañanero con agua más fría que la punta del Páramo de Santurbán, abrimos la ducha y el agua salía por todas partes menos hacia abajo, pasaba por encima de una pared y mojaba las camas, mejor dicho, risas y más risas.
Además, las noches eran paradisíacas, era como estar en el mar, al lado de los cayos Roncador y Quitasueño: qué tipos de roncar, Virgen Santísima, se caían las paredes y los techos de semejantes vibraciones y nada valía. Y estimado amigo, a tocar y a cantar como si no lo hubiéramos hecho jamás. Sentados en la calle en asientos de baqueta facilitados por los vecinos, bambucos, pasillos, danzas, guabinas, que banquete musical.
En algún momento, uno de nosotros dejó el cuatro parado junto a la pared mientras cogía la guitarra, no nos dimos cuenta, venía una señora vecina bastante rellenita, con algunos vinillos entre pecho y espalda y ¡zuás! Se sentó en el cuatro: horror de horrores, quedó como una de las deliciosa obleas de Floridablanca: totalmente plano.
Cae la tarde, seguimos tocando, vienen algunos de los organizadores y nos dicen: ustedes son los únicos en este pueblo que están todavía dándole, por favor, hay una tradición que no podemos romper, hay que ir al cementerio y cantar en la tumba de don Carlos Alirio Ortega. Les confieso algo: llegué solo hasta la puerta y los demás sí entraron.
Por favor, eran las 7 de la noche, totalmente oscuro, la única luz era la del campanario en el parque principal a 8 cuadras, nooo, ni de vainas, me devolví…a seguir tocando. Eso es lo que hay que recuperar y mantener, nuestras tradiciones musicales y nuestras costumbres alrededor de la música: un pueblo sin memoria…musical, no es nada.
Luis Carlos Villamizar Mutis – Vanguardia Liberal – 4 de septiembre de 2011
QUE DELICIOSO ESTILO COSTUMBRISTA. PROSA DE LA MEJOR