Cómo les parece…volvimos al río…esta vez con un combo un poco diferente; claro, tristes por la ausencia de quienes nos acompañaron muchos años en este inmenso placer, del cual la inseguridad nos había privado.
Pensamos en ir a La Parroquia, sitio paradisíaco en la vía La Renta – San Vicente de Chucurí que visitamos muchas veces, pero no pudimos hablar con el actual propietario para que nos diera el permiso necesario.
Aparece un amigo y dice: los acompaño pero que haya pesca, pesca, pesca, se adhiere con su familia, en fin, salimos a las 5 am hacia un lugar que llaman Contadero, por la vía que de la carretera al Playón parte hacia Sabana de Torres.
Adelante del Playón, desayuno con caldo de costilla, arepa, café, todo iba bien hasta que empezó la carretera destapada llena de un polvo rojizo, calor y más calor, y nuestro Stradivarius (R9 modelo 92) no estaba, como yo, para esos trotes. Tramos de la vía en pésimo estado, a 2 km x hora, en fin. El dueño de la finca a la que íbamos, un amigo, nos facilitó que nos tuvieran preparado el almuerzo a nuestro regreso, seguimos hacia el río, lejos, creo que nos gastamos en total unas 3 horas y media en llegar desde Bucaramanga.
Y ahí quedan atrás todas las dificultades, al ver el río: limpio, en silencio, solo el canto melodioso de las aves y las voces de los pescadores de paño o atarraya que pasan por ahí: todo contribuye como si se tratara de un concierto inigualable.
Es lastimoso y parece mentira que el hombre haya hecho lo que ha hecho en las ciudades: polución, ruido, mugre, inseguridad, en fin, llegamos a una sección del paraíso.
Claro, los pescadores apurados, ahí les empieza a importar un carajo nada más que su pesca, alistan cañas, carnadas, y hacen su primer lanzamiento con la adrenalina regada por todo el cuerpo, los ojos bien abiertos…y hasta ahí llegó la pesca: bajó una turbia, es decir, el agua se embarró y nos dedicamos al baño, agua fresca, limpia a pesar de la turbia, que delicia.
Antes, llegábamos al río casi corriendo, nos metíamos de una sin medir el riesgo, en fin, ahora, entramos a rastras y lo mismo salimos, pues ya aparecen los dolores en las articulaciones y por supuesto los estragos de la edad, pero todo tiene su compensación: poder llevar a los sobrinos a que disfruten de semejante belleza, de que tengan clara consciencia de que debemos cuidar nuestros recursos.
Ya hacia las 2:30 subimos a la finca a almorzar y salir, otras tres horas y llegar como trapos viejos, nos quedamos dormidos a las 7.00 pm, agotados pero todavía con el alma enriquecida por semejante experiencia…y en familia…y con buenos amigos…como debe ser.
Luis Carlos Villamizar Mutis – Vanguardia Liberal