Qué pesar que solo hasta hace pocos años se empezara a inculcar en nosotros la preservación del medio ambiente, la protección de los animales, etc.
Aquí cerquita en las montañas de Palonegro había tinajos, ñeques, venados…y todo se acabó. Lo lamentable era que no se cazaba o se pescaba por necesidad, era considerado… ¡un deporte!
Claro, hoy sé de muchos amigos que hacen bellísimas pescas en el Orinoco, en Puerto Carreño, sacan unos peces grandísimos: bureles, pavones, payaras, lo celebran, se toman fotos y… ¡al agua! Los devuelven a su lugar natural: ¡eso sí es deporte!
Pero…nosotros nos criamos compitiendo con los amigos respecto de quién tenía la mejor cauchera, se masacraban pajaritos, en fin, qué pesar. Otros recibían de sus padres como regalos de navidad escopetas de aire comprimido para disparar balines de acero, después con municiones de verdad de varios calibres, 12, 16, 22, 00, etc. Se fomentaban los clubes de caza y pesca y fueron famosos los refugios, las cacerías, en fin, no había la conciencia que hay hoy.
He tenido la oportunidad de conversar con algunas de esas personas que manifiestan arrepentimiento, aunque con resignación comentan que así se criaron, que esa era el medio: por fortuna hoy se lamentan.
Aunque todavía hay barbaries: nos contó un amigo que después de la “cabalgata” de la pasada feria, se dieron cuenta de que en la entrada a la UIS, dejaron un par de caballos ensillados amarrados a unos árboles, y no volvieron por ellos. Dos o tres días después, unas almas piadosas, creo que profesores y estudiantes (la unión hace la fuerza) los desensillaron, alimentaron y llamaron creo que a los carabineros para que se los llevaran: pobrecitos.
Sin embargo ante esa barbarie, hay compensaciones: nos regalaron un libro bellísimo sobre los pájaros en una residencia campestre de Medellín, vimos que podíamos intentarlo, hicimos unos comederos en nuestra casita de Piedecuesta con “piscinas” en bambú y con una satisfacción y emoción sin límites, damos fe de que recibimos vistas frecuentes de azulejos, cardenales, canarios, carpinteros, mirlas, en fin, una variedad muy grande de avecillas que consumen bananos, guayabas, frutas en general y que con sus cantos melodiosos desde las primeras horas de la mañana, anuncian su alegría por semejante trato.
Los invito a que se acerquen al parque Centenario y miren como el común de las gentes se acerca llevando migas de pan, arroz, y en sana convivencia ardillas (he contado hasta siete, rojizas) y palomas de varios tamaños se alimentan, y la gente ayuda a cuidarlas: un abrazo para personas de tan buen corazón y qué ejemplo para las nuevas generaciones.
Se imaginan cómo serían nuestros parques si la administración municipal recuperara la figura del parquero? Y no es costoso.
Luis Carlos Villamizar Mutis