El paso del tiempo genera nuevas actividades, nuevos espacios, modernidad, otros conceptos y eso está bien. Pero… ¿por qué dejamos a un lado lo que hacíamos y que nos proporcionaba tanta alegría, tan sano esparcimiento?
En diciembre cada noche una casa abría sus puertas para que los niños de la cuadra, jóvenes y adultos rezaran la novena navideña, los niños disfrazados de campesinos, se cantaban villancicos, se estrechaban los lazos de sana convivencia entre los vecinos.
Carrera de carritos de balineras: recuerdo muy bien los que organizaba el Colegio San Pedro, la imaginación no tenía límites, se competía solo por ese placer, la ciudadanía llenaba todo el trayecto a lado y lado, creo que salían desde el Acueducto o desde Morrorico: qué momentos tan especiales.
Desfile de carrozas de la semana universitaria UIS: qué derroche de alegría, de imaginación, claro, ya eran desfiles en los que la creatividad reflejaba la capacitación de los estudiantes, música, trasnochadas elaborando las carrozas, etc.
Banda Departamental: cada ocho días en el Parque Santander sonaba la retreta, la gente se detenía a disfrutarla, escuchábamos pasillos, bambucos, pasodobles, porros, en fin, toda la inagotable riqueza de nuestros aires musicales. ¿Será que algún gobernante nos recupera esa institución? ¿Los recaudos de la estampilla pro-cultura no tendrían uno de sus mejores destinos? ¿Los recaudos del IVA? Si hay sobretasas para las obras, ¿por qué no también para la cultura?
Si bien no es parte de nuestra región, vivimos en varias oportunidades la alegría de participar en el Festival Mono Núñez en Ginebra, Valle, y en el desfile de las delegaciones de los diferentes departamentos que llevábamos artistas para participar. Cada delegación se inventaba su carroza, las más cercanas por obvias razones, eran las mejores, las más elaboradas. Nosotros, contratábamos lo que llamamos acá un carro´e mula, que curiosamente se llamaba El Metro de Ginebra, lo adecuábamos con lo que encontrábamos a mano y a participar en el desfile cantando, saludando al común de las gentes que no tienen la oportunidad de ir al Coliseo Gerardo Arellano. Qué programa tan especial, recorríamos gran parte del pueblo, la gente salía a compartir, se reían, gozaban, es decir, tenía un alto grado de pertenencia con el festival. ¿Qué pasó?
Nunca es tarde para recuperar y preservar lo que vale la pena.
Luis Carlos Villamizar Mutis