Marcela García Ordoñez

Marcela García Ordoñez

Nieta de Pedro Joaquín García y Hortensia Gómez, y Crisóstomo Ordóñez y María Antonia Montero (familias de doce y doce); hija de Mario García Gómez y Baudilia Ordóñez Montero; hermana de Pedro Joaquín García Ordóñez y mamá de Mario Buriticá García. La música le llegó a Marcela –a palo seco- de ambos lados de su familia. Sus tíos Álvaro García y Alberto Ordóñez tocaban flauta y la tía Graciela, pianista (como muchas señoras de la época), la sacó de debajo del piano para que comenzara su aprendizaje formal, primero con ella, luego con el maestro Leonardo Gómez Silva y finalmente con el maestro Pablo Arévalo en el Conservatorio de la Universidad Nacional, abierta ya la carrera de música.

Se fue a Bogotá a vivir a la calle 37 con carrera 13 en unas residencias de monjas y allí le dejaron meter al cuarto el descomunal piano que había costado $13.000. Poco después, por las fiestas que armaba con una compañera costeña que tocaba acordeón, le mandaron el piano para la capilla. Estuvo en el conservatorio seis años. Debió hacer dos semestres de solfeo para nivel universitario, pero en piano llegó adelantada. Hizo estudios básicos en música y cuando se acercaba el examen de grado para ser pianista, en el mes de noviembre (de un año que no quisimos preguntar para no hacerle cuentas a la edad), decidió aplazarlo para casarse –a palo seco- el 9 de noviembre. El examen era un poco después. Lo aplazó y aplazado se quedó porque se vinieron a vivir a Bucaramanga. Después de separada le hizo algún intento, pero ya estaba trabajando en la UIS, y –dice ella- dejar ocho días de estudiar se notan en la música.

Comenzó en Bucaramanga en el Dicas. Era profesora y tenía coro. Trabajó con el maestro Leonardo Gómez Silva y le ayudaba a su tía Graciela Ordóñez Montero. El doctor Alfonso Gómez Gómez la nombró directora en el área de música porque la Dirección de Cultura tenía las otras disciplinas. De allí resultó el cuento de crear la Escuela de Música de la UIS y allá llegó a dictar piano y solfeo. Entraron unos diecisiete alumnos la primera vez, entre ellos María del Pilar Hoyuela, Carlos Basto, Nilson Guerrero y Fernando Martínez.

Del Dicas salieron con Amalia Carrera por revolucionarias. Empezaron con el taller de formación musical cerca de Empanadas Rommy en 1986, hasta la creación de Batuta, en 1991 cuando vino el maestro Manuel Cubides, quien propuso replicar el taller en todo el país. Después el maestro Sergio Acevedo la llamó a la UNAB cuando se creó la carrera de música. Como tenía el compromiso con Batuta, entró como docente de cátedra y, cuando se acabó la Corporación, hace unos seis años, entró a dictar solfeo y piano como docente de tiempo completo hasta hoy, a cerca de 70 estudiantes.

Viajó a Ginebra, Valle del Cauca, en vuelo directo Bucaramanga – Cali, con el avión lleno de músicos y niños, a motivar llantos y sombreros al aire y a prometerle el cielo y la tierra a Mayita para que se le pasara la pataleta y saliera al escenario del Coliseo Gerardo Arellano. En Chile estuvieron veinte días, trasteando con cuatro chelos en estuches con forma de ataúd; en Venezuela estuvieron en tres oportunidades en diferentes ciudades y, en Argentina, durante veinte días.

Aparte de piano, para el gasto toca guitarra, tiple, órgano y marimba, y se sabe Estrellita en el violín. Compone muchas canciones infantiles; no sabe cuántas porque son pedidas a la carta: que para que los niños aprendan estos tres tonos, que para enseñarles las corcheas y las otras… Tal vez son más de ochenta. Tiene arreglos para todos los grupos y composiciones para todo tipo de orquesta, especialmente para trabajo pedagógico; todas escritas, pero en desorden (ponga ahí que soy muy desordenada, si quiere –me dijo); sin embargo, está en proceso un libro con disco compacto. Batuta le ha editado varias obras infantiles.

Tituló una de sus obras “Pípum” porque así le dicen a su mamá. A su hijo Mario, compañero y amigo, de 29 años, becario de chelo durante un año en Estados Unidos, le compuso el bambuco “El Buri” (por su apellido). Con “Mi gente”, ganó en el Festival del Bambuco en Suratá en algún año. Allí ganó también con “Alborada”. En el Dicas hicieron el concurso Alejandro Villalobos y ganó con “Mi pasillo”. Hoy trae un bampusillo, un bambuco de estreno que se vuelve pasillo; se llama “Patunchita”, un nombre cariñoso para una viejita, que a través de la vida cambia mucho, así como el bambuco se vuelve pasillo.

La próxima obra que va a componer se llamará “A palo seco” porque todo en su vida ha tenido esta particularidad: su matrimonio, la luna de miel, la separación… Dice ella que incluso en el frío de la noche en Suratá, cuando van a salir a tocar, los músicos se meten su aguardientico y a ella le toca a palo seco. No le gusta el trago, pero cuando le ofrecen un vino, cuando va a la mitad ya se le han aflojado las piernas.

Dijo Marcela que quien venga al homenaje al Festivalito está exonerado de venir a su entierro. Pues a Consuelo Carrera le tocará ir ese día porque hoy no pudo. Con su saludo, Consuelo expresó su posición, admiración y afecto por ella. Dice que parte de su trabajo es hacer que su producción musical funcione, y que no olvide que el maestro Sergio Acevedo dice que ella debiera llamarse Marcela Calle porque siempre está entre dos Carreras, Amalia y Consuelo.

Marcela García Ordoñez

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